viernes, 14 de diciembre de 2012

Para eso es la vida

El instructor de la escuela a distancia dice adiós a sus estudiantes de poesía
Galway Kinnell
Versión de Cristina Burneo

Adiós, dama en Bangor, que me enviaste
fotos tuyas tras darme pistas irrefutables
de tu belleza. Adiós,
urólogo de Miami Beach, que incluiste sobres
marrones sin usar para la devolución de tu propio
“Soneto clásico”. Adiós, confeccionista
de brasieres en la Costa, cuyas églogas
han dado un tratamiento único en la literatura
al motivo de los senos caídos. Adiós a ti, en San Quintín,
que escribiste “Siendo alemán, mi héroe es Hitler”,
en lugar de “Sinceramente suyo” al final de largas y
nítidas cartas ensalzando a los prerrafaelitas.

Lo juro, solo fue mi manera
de darme ánimos mientras lamía
los sobres sellados y con destinatario incluido.
Era mi juego de intentar adivinar
quién de ustedes, en esta ocasión,
Había envenenado el pegamento. Sí, me importó.
Sí, leí cada poema completo.
Sí, dije todo lo que pensaba
en las palabras más dóciles que sabía. Y ahora,
en este poema, o prosa cortada, no mucho mejor,
me doy cuenta, que esas aquejadas líneas
que les envié una y otra vez,
debo decir que me alivia que haya terminado:
Al final, solo podía sentir lástima
por esa urgencia por más vida
que sus poemas seguían ahogando en palabras, cuyo olor,
días más tarde, hormigueaba bajo sus narices
como impulsos nuevos, enviados de Dios,
para escribir.

Adiós a ustedes,
que son para mí, una vez más, las estampillas
de lugares imaginarios –Xenia, Burnt Cabins, Hornell—.
Su soledad entregada en poemas, solo guardada su desolación.






lunes, 19 de noviembre de 2012

Poema anti-control-freak

Consejo para mí
por Louise Erdrich

Deja los trastos. Deja que el apio se pudra en el último cajón del refrigerador
y que esa costra de mugre percuda el piso de la cocina.
Deja las migajas negras al fondo de la tostadora.
Tira el tazón trizado y no arregles la taza.
No arregles nada. No remiendes. Compra ganchos.
Ni siquiera cosas un botón.
Deja que el viento haga lo suyo, y la tierra,
que invade en forma de polvo y luego a los muertos,
espumando en rollos grises bajo el sofá.
Háblales. Diles que son bienvenidos.
No guardes todas las piezas del rompecabezas
ni los zapatitos de muñeca por pares. No te importe
quién usa el cepillo de dientes de quién, o si las cosas
combinan, en absoluto.
Excepto por una palabra con la otra. O un pensamiento.
Persigue lo auténtico. Primero decide
qué es auténtico,
y luego ve tras ello con todo tu corazón.
Tu corazón, ese sitio
que ni siquiera piensas en limpiar.
Ese armario lleno de recuerdos salvajes.
No separes los clips de los tornillos de los viejos dientes de leche
ni te preocupes si otra vez vamos a cenar cereal.
No contestes el teléfono, jamás,
ni te pongas a llorar por algo que se rompe.
Un moho rosa va a crecer dentro de esos cartones sellados
en el refrigerador. Acepta las nuevas formas de vida
y habla con los muertos
que se cuelan por los mosquiteros, que se reúnen
con paciencia sobre los frascos de conservas y los libros.
Acumula tu correo, no lo leas, no leas nada
excepto lo que destruye
el aislamiento entre tu ser y tu experiencia
o lo que derriba o golpea o destroza
esa treta que llamas necesidad.

Versión de Cristina Burneo

viernes, 16 de noviembre de 2012

Defensa de la poesía, siempre necesaria


Hace poco leí una carta abierta de un poeta al presidente de Francia. En un contexto ajeno al mío, un círculo de poetas ve amenazado su proyecto de difusión y lectura de poesía. Por suerte, no todo es cuestión de contextos, y la distancia geográfica suele verse respondida por cercanías de otra naturaleza. Por esas felices cercanías, traduje para la Primavera de los poetas la carta abierta de Francis Combes. Aquí va.

Carta abierta a François Hollande

Sr. Presidente,

De varios lados nos llega información preocupante acerca de la vida cultural y, sobre todo, del lugar de la poesía en la Francia de hoy. La más reciente, y una de las más preocupantes, se refiere a la Primavera de los poetas. Todos conocemos el papel que ésta desempeña hace muchos años para que la poesía viva, se exprese y se difunda en todo el país.

El Ministerio de Educación, que siempre ha contribuido al funcionamiento de esta asociación, ha reducido en 60.000 euros la subvención que le asigna. Esto pone a la Primavera de los poetas en gran dificultad. Se invocará, sin duda, los tiempos difíciles y la necesidad de ahorrar dinero... Pero, por el momento, esta política parece estar desigualmente repartida. ¿Será que en el seno del gobierno (y en particular en el Ministerio, cuya misión es la educación de la juventud) la poesía es considerada un lujo, un suplemento espiritual del que la mayoría de nuestros ciudadanos podría prescindir sin mayores daños? Si este fuera el caso, sería un grave error.

La poesía no es solo un juego de palabras, aunque esta dimensión lúdica forme parte de sus posibilidades. Y si es un juego, es vital, como es vital el juego para el desarrollo de la infancia y la capacidad de crecimiento. La poesía es la manifestación de la facultad humana de “habitar el mundo”, de hacerlo suyo, de abrirse a los otros, de sentir más vivamente lo real al tiempo de soñarlo, de transformarlo por vía de la imaginación. Es, sobre todo, una lucidez sensible, una de las más altas formas de la conciencia.

Un pueblo sin poesía es un pueblo sin sueños.

Ya en 1948, en un texto titulado “La función poética”, Pierre Reverdy escribía: “No, la poesía no es esa cosa inútil y gratuita de la que podemos prescindir fácilmente. Se halla al principio del hombre, y echa sus raíces en su destino. (...) Es el acto mágico de transmutación de lo real exterior en lo real interior, sin lo cual la humanidad jamás podría haber superado el obstáculo inconcebible que la naturaleza le oponía.”

Atentar contra la función poética, que tiene mucho que ver con la esencia de la libertad humana, la cual consiste en no resignarse a lo real tal cual es, sería ir pendiente abajo, en una dirección marcada por nuestra sociedad que considera a hombres y mujeres consumidores y no productores, clientes de un imaginario sin imaginación, y no autores de sus vidas y su futuro. Esta pendiente tiende a hacer de los pueblos una simple población pasiva y manipulable. Reducir la cultura, aquí y ahora, como ayer y en todos lados, implica siempre allanar el camino para la estupidez y el fascismo.

Este carácter necesario de la función poética me parece evidente, de manera particular, en tiempos de crisis, como la que estamos viviendo ahora. Cuando más y más aspectos de la vida social empujan hacia la resignación ante aquello que se percibe como inevitable, el poema aparece, a los ojos de muchos, como “una salva contra la costumbre” (para retomar expresión de Henri Pichette), una insurrección contra la vida mustia y una acción aparentemente modesta pero valiosa para imaginar el mundo. ¿No es lo que más falta hoy en día, la capacidad de soñar el futuro y la transformación del mundo? El viejo lema de Rimbaud, “cambiar la vida”, es siempre el programa de los poetas del mundo entero.

En mi opinión, no hay poesía posible sin utopía. Esta también es, a mi modo de ver, una de las razones del éxito de numerosas manifestaciones poéticas, como la campaña de carteles de poemas en el metro, de la que me ocupo con Gérard Cartier hace quince años, la Primavera de los poetas y las diversas ferias y festivales involucrados en el renacimiento de la vida poética en Francia.

He de añadir, por ser invitado regularmente a festivales en el extranjero, que a veces tengo la impresión de que la poesía francesa es mejor reconocida fuera de nuestras fronteras que dentro de ellas. Lo confirman la ausencia de la poesía en los medios masivos, su marginación de la industria y del comercio del libro y, ahora, en los recortes presupuestarios, de los cuales es el blanco.

Una política de izquierdas digna de ese nombre debería, por el contrario, comprometerse a cultivar la pasión por la cultura, el conocimiento y las artes, promover el pensamiento crítico, la cercanía con lo real  y la capacidad de soñar despiertos.

Por esa razón, señor Presidente, le pido que discuta con su gobierno la posibilidad de restablecer el subsidio a la Primavera de los poetas y apoyar la multiplicación de iniciativas a favor de la poesía.

Atentamente,
Francis Combes

Traducción: Cristina Burneo


lunes, 22 de octubre de 2012

Cuentas pendientes

Mis 17 años son simbólicos. A esa edad, vi una película sobre un lector. Es un lector que conoce un solo libro, el único que hay en su casa. Para ese lector, la imaginación es la única salvación posible de la locura, que amenaza a su familia y el entorno adverso en que vive.
     Un día cualquiera, a los 17, fui al club de video La liebre, como siempre iba, y alquilé muchas películas de una sola vez, como siempre hacía. En ese tiempo, estaban en formato VHS. Me llevé las ahora  obsoletas y pesadas cajas y, como hacía a veces, conecté un par de parlantes al reproductor de VHS en la sala familiar de la casa. Así me creaba mi propio "sonido estéreo", y también podía grabar en casete canciones de las bandas sonoras que me gustaban y algunos pasajes de los filmes. 
     De Léolo, grabé muchos fragmentos. Un par de años más tarde, y gracias al prehistórico Altavista, descubrí que Léolo se basaba, en parte, en la novela L'avalée des avalés, de Réjean Ducharme, que tanto la película como la novela eran canadienses, y que Jean-Claude Lauzon era el director. Era, creo, 1996. La película cobraba contexto y yo la recuperaba, deslumbrada, para mi memoria.
     Otro día cualquiera, creo que durante ese mismo año, mientras buscaba libros en Libri Mundi, le pregunté a un librero si conocía a Réjean Ducharme. Me dijo que sí, que claro, pero que no tenían la novela, ni en francés ni en español. El librero tenía acento francés, lo cual a mí me reconfortó y a él le dio credibilidad frente a mis ojos. Si tenía acento francés, por supuesto que Léolo le emocionaba igual que a mí. Encargué la novela, el librero recibió mi pedido con entusiasmo, y jamás la reclamé. Pero me quedé con algunas líneas del guión grabadas en la mente.
     De la película guardaba mi casete. "Cold cold ground", de Tom Waits, era parte de la banda sonora. La escuché muchas veces, para intentar entender la letra. Algunas de mis primeras traducciones fueron letras de canciones, diccionario en mano, cero recursos virtuales y mucha imaginación. Play-pause. A "Cold cold ground" le debo, aunque no entendiera muchas cosas, el haberme conmovido hasta la médula en inglés. La emoción en otra lengua era posible: "And we'll never go to town/ Til we bury every dream/ In the cold cold ground". Alguna tarde, volví a tocar el casete y dejé que la cinta corriera en continuo. Durante las siguientes semanas, junto al corte de Waits, escuché varias veces el pasaje de Léolo que más me había impresionado. Es este, ahora un "fragmento de culto" en los círculos leolenses:

Vous la dame, vous l'audacieuse mélancolie, qui d'un cri solitaire fendez ma chaire que vous offrez à l'ennui. Vous qui hantez mes nuits quand je ne sais plus quel chemin prendre de ma vie, je vous ai payé cent fois mon dû. Avec les braises du songe ne me restent que les cendres d’une ombre du mensonge que vous-même m’aviez dit d’entendre. Et la blanche plénitude, qui n’était pas comme le vieil interlude mais brune, à la cheville fine et maligne, qui m’a piqué la peine d’un sein pointu, en qui j’ai cru. Et qui ne m’a laissé que le remords d’avoir vu le jour naître sur ma solitude.

     Nunca había traducido estas líneas. Las había escuchado, decodificado, transcrito y corregido. Play-pause. Play-pause. Las había googleado y también las había encontrado entre mis papeles extraviados. Así son las historias de algunas traducciones... cuentas pendientes con uno mismo. Ahora intento saber, en español, qué fibras mueve este fragmento.

Tú, la dama, tú, la audaz melancolía, que de un grito solitario desgarras mi carne, ofreciéndola al tedio. Tú, que acosas mis noches cuando ya no sé qué camino de mi vida tomar, te he pagado cien veces mi deuda. Con las brasas del sueño, no me quedan sino las cenizas de una sombra de mentira que tú misma me habías hecho oír. Y la blanca plenitud, que no era como el viejo interludio, sino una morena de tobillos finos y malignos, que me pinchó con la pena de un seno afilado, en que creí. Y que no me dejó sino el remordimiento de haber visto nacer el día sobre mi soledad.


     Este fragmento debe haber sido una de las razones por las que quise ser traductora. La insistencia de la memoria, la voz de Léolo, la conexión con el joven lector que batalla contra el dragón del sinsentido amparándose en el único libro que tiene. Todos están locos. Al verse rodeado por una locura que se acerca más a la miseria que al genio, Léolo se repite una y otra vez una frase con la que intenta salvarse: "Porque sueño, yo no lo estoy". Y porque leo.



viernes, 21 de septiembre de 2012

Ante los cruentos embates que nos hace librar el súbito e inescapable peso de la realidad, sin armadura y sin posibilidad de defensa, el poema como vía de conocimiento y fuente de goce.

miércoles, 25 de julio de 2012

De nuevo la boca

La boca de la ballena quedó abierta y vacía. Ahora que leo esa frase de hace tres años, no sé si me hallaba a la expectativa de una entrada o de una salida. La boca, umbral, puede enunciar, sacar, quedar en suspenso, en el silencio. También recibe. Y como umbral, aguarda. No espera, porque no hay certeza, sino que aguarda -Jorge Aguilar Mora me hacía ver esa diferencia una vez. "Aguardar" es un verbo hermoso, porque lleva en sí la incertidumbre-.

La boca de la ballena aguarda. Durante este último año, le ha ido llegando una pulsión desde adentro, en un  itinerario que va de la garganta hacia afuera, pero que distribuye su energía, también, hacia las manos. Escribo todo el tiempo, y mucho, pero no en desorden, y no en fragmentos. Esta pulsión, que venía alimentándose a partir de lecturas, pensamientos sueltos e impulsos, se convirtió en deseo al leer un breve fragmento de "Nouvelles du jour", de Robert Walser.

Fue una línea. Estaba sentada en el Mokafé, a donde iba con frecuencia mientras hacía una búsqueda de documentos en la Biblioteca Real de Bruselas. A veces, antes de sentarme en el café, pasaba por Tropismes, una librería impresionante, y me buscaba algo corto, bueno y de menos de 10 euros para leer en una sentada.

Mientras leía a Walser esa tarde, pensaba en que hubiera debido ser más diligente y armarme un paseo a algún lugar desconocido de la ciudad. Pero no tenía ganas de aprovechar el tiempo. Más bien lo quería perder, quitarle utilidad y bajar el ritmo. Y por eso quería leer algo que no tuviera nada que ver con mi trabajo, aunque todo, siempre, tenga algo que ver con algo.

La lectura ha traído consecuencias permanentes y felices a mi vida. Me ha convertido en traductora, editora, profesora, correctora, subtituladora y ratón de bellísimas bibliotecas que nunca pensé que iba a pisar. Todo como consecuencia de ese placer silencioso y casi secreto -nadie se puede imaginar siquiera los mundos en que un lector anda metido al verlo, ojos en la página/pantalla, en un metro, en una sala de espera o en una parada de bus-. Leer le ha dado sentidos a mi cotidianidad durante casi toda mi vida. Esas derivas le han dado forma a mi circunstancia y, ahora, me llevan a buscar una nueva. Walser me dio la pista:

..."tentativa de ahondamiento en lo cotidiano".

Mirar lo cotidiano y hurgar en sus capas superficiales y aquellas no tan a la vista; intentar dar forma a algo que, en su fugacidad, se le resiste. Para Walser, el género para hacerlo era el feuilleton. No se trata del  género francés, sino del alemán: "La palabra feuilleton, en los países de lengua alemana, designa también una forma de crónica que florece en dicha sección con el cambio de siglo: un género literario extremadamente abierto o subjetivo, que a primera vista no se define sino por su brevedad y por su lugar específico en el diario" (Peter Utz, en el prólogo a "Nouvelles du jour" que encontré en Tropismes, en edición de bolsillo de Zoé, Ginebra). Del diario al blogueo.

Y como el folletinear debe hacer honor a la brevedad...