lunes, 22 de octubre de 2012

Cuentas pendientes

Mis 17 años son simbólicos. A esa edad, vi una película sobre un lector. Es un lector que conoce un solo libro, el único que hay en su casa. Para ese lector, la imaginación es la única salvación posible de la locura, que amenaza a su familia y el entorno adverso en que vive.
     Un día cualquiera, a los 17, fui al club de video La liebre, como siempre iba, y alquilé muchas películas de una sola vez, como siempre hacía. En ese tiempo, estaban en formato VHS. Me llevé las ahora  obsoletas y pesadas cajas y, como hacía a veces, conecté un par de parlantes al reproductor de VHS en la sala familiar de la casa. Así me creaba mi propio "sonido estéreo", y también podía grabar en casete canciones de las bandas sonoras que me gustaban y algunos pasajes de los filmes. 
     De Léolo, grabé muchos fragmentos. Un par de años más tarde, y gracias al prehistórico Altavista, descubrí que Léolo se basaba, en parte, en la novela L'avalée des avalés, de Réjean Ducharme, que tanto la película como la novela eran canadienses, y que Jean-Claude Lauzon era el director. Era, creo, 1996. La película cobraba contexto y yo la recuperaba, deslumbrada, para mi memoria.
     Otro día cualquiera, creo que durante ese mismo año, mientras buscaba libros en Libri Mundi, le pregunté a un librero si conocía a Réjean Ducharme. Me dijo que sí, que claro, pero que no tenían la novela, ni en francés ni en español. El librero tenía acento francés, lo cual a mí me reconfortó y a él le dio credibilidad frente a mis ojos. Si tenía acento francés, por supuesto que Léolo le emocionaba igual que a mí. Encargué la novela, el librero recibió mi pedido con entusiasmo, y jamás la reclamé. Pero me quedé con algunas líneas del guión grabadas en la mente.
     De la película guardaba mi casete. "Cold cold ground", de Tom Waits, era parte de la banda sonora. La escuché muchas veces, para intentar entender la letra. Algunas de mis primeras traducciones fueron letras de canciones, diccionario en mano, cero recursos virtuales y mucha imaginación. Play-pause. A "Cold cold ground" le debo, aunque no entendiera muchas cosas, el haberme conmovido hasta la médula en inglés. La emoción en otra lengua era posible: "And we'll never go to town/ Til we bury every dream/ In the cold cold ground". Alguna tarde, volví a tocar el casete y dejé que la cinta corriera en continuo. Durante las siguientes semanas, junto al corte de Waits, escuché varias veces el pasaje de Léolo que más me había impresionado. Es este, ahora un "fragmento de culto" en los círculos leolenses:

Vous la dame, vous l'audacieuse mélancolie, qui d'un cri solitaire fendez ma chaire que vous offrez à l'ennui. Vous qui hantez mes nuits quand je ne sais plus quel chemin prendre de ma vie, je vous ai payé cent fois mon dû. Avec les braises du songe ne me restent que les cendres d’une ombre du mensonge que vous-même m’aviez dit d’entendre. Et la blanche plénitude, qui n’était pas comme le vieil interlude mais brune, à la cheville fine et maligne, qui m’a piqué la peine d’un sein pointu, en qui j’ai cru. Et qui ne m’a laissé que le remords d’avoir vu le jour naître sur ma solitude.

     Nunca había traducido estas líneas. Las había escuchado, decodificado, transcrito y corregido. Play-pause. Play-pause. Las había googleado y también las había encontrado entre mis papeles extraviados. Así son las historias de algunas traducciones... cuentas pendientes con uno mismo. Ahora intento saber, en español, qué fibras mueve este fragmento.

Tú, la dama, tú, la audaz melancolía, que de un grito solitario desgarras mi carne, ofreciéndola al tedio. Tú, que acosas mis noches cuando ya no sé qué camino de mi vida tomar, te he pagado cien veces mi deuda. Con las brasas del sueño, no me quedan sino las cenizas de una sombra de mentira que tú misma me habías hecho oír. Y la blanca plenitud, que no era como el viejo interludio, sino una morena de tobillos finos y malignos, que me pinchó con la pena de un seno afilado, en que creí. Y que no me dejó sino el remordimiento de haber visto nacer el día sobre mi soledad.


     Este fragmento debe haber sido una de las razones por las que quise ser traductora. La insistencia de la memoria, la voz de Léolo, la conexión con el joven lector que batalla contra el dragón del sinsentido amparándose en el único libro que tiene. Todos están locos. Al verse rodeado por una locura que se acerca más a la miseria que al genio, Léolo se repite una y otra vez una frase con la que intenta salvarse: "Porque sueño, yo no lo estoy". Y porque leo.